El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional que depuso al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976 constituyó la dictadura cívico-militar más sangrienta de la historia argentina e impuso a sangre y fuego un sistema político-económico de desmantelamiento de las conquistas sociales que los trabajadores habíamos conseguido.
Tal como apunta en su Carta Abierta a la Junta Militar, Rodolfo Walsh indica que no sólo el terror y las peores violaciones de los derechos humanos cometidas fueron el mayor sufrimiento del pueblo. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castigó a millones de seres humanos con la miseria planificada, reduciendo en un sólo año el salario real de los trabajadores al 40%, disminuyendo su participación en el ingreso nacional al 30% y elevando de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesitaba un obrero para pagar la canasta familiar. Se congelaron salarios a culatazos y se abolieron todas las formas de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas y cuando los trabajadores quisieron protestar los calificaron de subversivos y secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.
Te dejamos un extracto de un texto que ejemplifica graficamente parte de la magnitud de lo que representó.
Estaba en un bar del Bajo, una madrugada del verano de 1985, cerca ya del amanecer, y alguien preguntó:
– ¿Leyó el Nunca Más?
La voz pertenecía a un anciano que tomaba cerveza en otra mesa. Tenía un cuaderno abierto delante de él. Había estado escribiendo, usaba lentes de vidrios gruesos y parecía tener dificultades para descifrar sus propias anotaciones. Se dirigía a mí, no había nadie más en el bar. Dijo: – Registran 8.960 desaparecidos, hombres, mujeres y chicos, casi 9.000, pero seguramente son muchos más y es probable que jamás se sepa la cifra real.
Yo asentí sin hacer comentarios. El anciano preguntó:
– ¿Qué le dice ese número? ¿Sería capaz de imaginar 9.000 pares de zapatos?
– No – contesté –, creo que no podría.
Se concentró unos minutos en su cuaderno y volvió a hablar:
– ¿Sería capaz de imaginar 9.000 cuerpos? Quiero decir: todos juntos.
Dudé
– Tal vez pueda imaginarme una concentración de 9.000 personas en una plaza, en la calle, en una cancha de fútbol, pero no de otro modo.
– Estuve haciendo algunos cálculos. Trate de pensar en 9.000 cuerpos acostados en el suelo, uno a continuación de otro, la cabeza de uno contra los pies del siguiente:
¿tiene idea de qué distancia podrían cubrir?
– No.
– Colocamos el primer cuerpo justo en la entrada de la Casa de Gobierno, a partir de los dos granaderos, y desde ahí, hacia el oeste, todos los demás, y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente: ¿sabe hasta dónde llegaríamos?
– No lo sé.
– Sígame en el recorrido.
Asentí.
-Después de los granaderos atravesamos Plaza de Mayo, bordeamos el monumento de Belgrano, la pirámide, los canteros floridos, pasamos ante la Catedral, ante el Cabildo, tomamos por Av. de Mayo, y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿prefiere que vayamos por la vereda de los números pares o impares?
– Lo que Ud. diga.
– Dejamos atrás la Municipalidad, Perú, algunas librerías, el café Tortoni, hoteles,
alcanzamos la 9 de Julio, ¿me sigue?
– Lo sigo.
– Cruzamos la plazoleta con las dos figuras femeninas que simbolizan la Virtud y la Sabiduría, al fondo está el Obelisco, del otro lado el grotesco monumento del Quijote, más hoteles, restaurantes, quioscos de diarios, recorremos las últimas cuadras de Av. de Mayo, nos metemos en la plaza, el monumento de Moreno
a la izquierda, el teatro Liceo a la derecha, el Pensador de Rodin, la fuente, las palomas, el edificio del Congreso, la Confitería del Molino, seguimos por Rivadavia y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me está acompañando?
– Lo acompaño.
– El Café de los Angelitos, negocios, negocios, negocios, Av. Pueyrredón, la recova y su aspecto de mercado persa, Plaza Miserere, Loria, Medrano, la confitería Las Violetas, bancos, inmobiliarias, agencias de automotores, escuelas, señales de una ciudad civilizada, av. La Plata, Parque Rivadavia, el monumento a Bolivar, av. José M. Moreno, pizzerías, negocios, negocios, y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me sigue?
– Lo sigo.
– Estación Primera Junta, las rejas de la terminal de subterráneo, la avenida que se convierte en doble mano, los edificios de departamento mas espaciados,
Donato Álvarez, Boyacá, llevamos recorridas unas sesenta cuadras, alcanzamos Plaza Flores, la vieja iglesia, Nazca, mueblerías, casas de antigüedades, los barrios tranquilos que se desgranas a ambos costados de la avenida, las vías del ferrocarril que se divisan a 100 metros, y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿los está viendo?
– Los veo.
– Cruzamos Segurola, estamos a la altura del 8.500 de Rivadavia, sigue una serie de calles de nombres gratos, Virgilio, Dante, Víctor Hugo, Manzoni, Leopardi, Molière, Byron, rápidamente llegamos al 11.600, la última cuadra antes de la General Paz, se nos acabó la Capital y podríamos seguir del otro lado, por la provincia, y siempre la cabeza de uno contra los pies del otro, ¿me estuvo siguiendo?
– Lo estuve siguiendo.
– Ese trayecto y un largo tramo más es lo que se podría cubrir con 9.000 cuerpos. El anciano calló, se inclinó sobre el cuaderno y volvió a sus cálculos. Amanecía, las fachadas de los edificios se iluminaban de arriba y las calles se iban poblando poco a poco.
Antonio Dal Masetto